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Existe una leve comprensión de lo que implica la relación entre autismo y psicoanálisis, teniendo en cuenta que se estudia principalmente desde un enfoque cognitivo conductual.
Es por esto que en el presente artículo queremos compartir la visión de autismo y psicoanálisis aportada por Pierre Ferrari, Catedrático de Psiquiatría para niños y adolescentes de la Universidad de París, además de ser el Director de la Fundación Vallée.
Autismo y Psicoanálisis:
Modelo psicoanalítico de comprensión del autismo y de las psicosis infantiles precoces
En la década de 1940, en los Estados Unidos, un psiquiatra de origen austríaco llamado Leo Kanner creó una nueva entidad nosográfica aplicable a ciertos niños que se distinguían por «su extremo repliegue desde el inicio de la vida». Esa entidad nosográfica era el autismo infantil precoz, conocido también como «autismo de Kanner». Pero antes de que se operara esta anexión, el término autismo ya tenía anclaje en la historia de la psiquiatría europea.
Estaba sobre todo ligado a la sintomatología extremadamente amplia que Bleuler había establecido desde 1911 a fin de unificar, a través de la esquizofrenia, el campo de las psicosis, hasta entonces compartimentado en nosografías rígidas y estancas. El autismo explicaba los efectos de ese otro concepto igualmente laxo de «disociación psíquica» (el espíritu fragmentado de la esquizofrenia), que se traducían por la preeminencia de lo emocional sobre la percepción de la realidad.

En el periplo esquizofrénico, el autismo así definido por Bleuler representaría el fin del recorrido, al mismo tiempo que su conclusión lógica: «Los esquizofrénicos más gravemente afectados, los que ya no tienen contacto con el mundo exterior, viven en un mundo propio, se han encerrado con sus deseos y sus anhelos (que consideran realizados) o sólo se preocupan de los avatares de sus ideas de persecución; sus contactos con el mundo exterior están cortados al máximo. A la evasión de la realidad acompañada por el predominio absoluto o relativo de la vida interior, nosotros la llamamos autismo.»
Ahora bien, al insistir en la especificidad del autismo infantil precoz, la preocupación de Kanner era hacer de él un síndrome clínico por derecho propio, al que tanto su modo de aparición como las perspectivas de su evolución distinguían radicalmente de la esquizofrenia.
Autismo desde Kanner
En 1943, en su artículo princeps titula o «autistic disturbances of affective contact», Kanner precisaba: «No hay aquí, como en la esquizofrenia adulta o infantil, un comienzo a partir de una relación inicial presente; no es un repliegue de la participación anterior en la existencia. Desde el principio hay una extrema soledad autística que, siempre que resulta posible, desdeña, ignora, excluye todo lo que viene del exterior».
En virtud de una inversión total de la perspectiva, el autismo, hasta entonces efecto secundario, se encontraba promovido al rango de causa primitiva, y era lo que obstaculizaba el ingreso del niño autista en la realidad humana. Pero, ¿cómo abordar eso, esa cosa a la vez enigma de la génesis del símbolo y del sujeto humano? Pregunta de algún modo camaleónica, que toma el color del terreno donde se posa.
Así, al llamar autistas a esos niños rebeldes a todas las formas habituales de comunicación (niños a los que se llamaba salvajes y que, según ciertos mitos, tenían una filiación animal), Kanner los reintegraba en el orden humano, por el sesgo del discurso psiquiátrico tradicional, donde se trata principalmente de descripciones y referencias clínicas, tan precisas y objetivas como sea posible.
En el interior de ese campo escópico se organizaba entonces el marco de una observación ideal, pues el objeto no ofrecía resistencia, todas sus funciones subjetivas estaban aniquiladas. Pero, ¿revelaba su enigma? Confrontado al daño más severo del ejercicio de la palabra, y al mismo tiempo interrogado sobre la causa primitiva del ser hablante, Kanner, desde su lugar de psiquiatra, debía recurrir a la noción de norma, es decir, de una regla que funcionaría como modelo e implicaría la regulación espontánea de las relaciones interpersonales.
«Lo excepcional, lo patognomónico, el desorden fundamental -afirmaba en su primer artículo- es la incapacidad de los niños para establecer relaciones normales con las personas y reaccionar normalmente a las situaciones desde el principio mismo de la vida.» Si bien el recurso a la normalidad va de suyo y permite calificar de fundamental el desorden que se advierte de este lado del umbral que esa normalidad supone, no puede en cambio sino ocultar interrogantes constitutivos de la realidad humana, tales como qué es hablar, qué es un cuerpo, qué son un padre y una madre.
Procediendo por medio de una cuadrícula nosográfica que hacía del autismo infantil precoz un síndrome rigurosamente calcado sobre el modelo médico, Kanner agrupó un conjunto de síntomas cuyo carácter innato era el rasgo patognomónico. Su artículo princeps concluía de este modo: «Podemos suponer que estos niños han venido al mundo con una incapacidad innata para constituir biológicamente el contacto afectivo habitual con la gente, así como otros niños vienen al mundo con discapacidades físicas o intelectuales innatas».
Autismo y psicoanálisis
Tal suposición presentaba de entrada una evidente ambigüedad, puesto que el acento en el aspecto relacional y afectivo parecía validar un enfoque de tipo psicoanalítico, mientras que la hipótesis de una causalidad biológica debía encontrar su punto de apoyo en una etiología organicista que aún falta demostrar, y continúa alimentando las más vivas polémicas acerca del cuidado y del tratamiento de los niños autistas. El propio Kanner, entre 1943 y 1972, sin modificar sensiblemente las bases clínicas que servían de cimiento a su síndrome, habría de oscilar entre diferentes orientaciones.

Atraído en algún momento por una perspectiva psicoanalítica centrada en la relación madre-hijo (con referencia a los trabajos de Margaret Mahler), a continuación se inclinó hacia una explicación funcional y conductista cuyo modelo se basaba en los reflejos condicionados. Después sus tesis se fueron haciendo cada vez más afirmativas en cuanto a la causalidad orgánica del autismo infantil precoz, y tomó posición de modo violento contra las conclusiones de Bruno Bettelheim.
Cerrado desde entonces a toda investigación psicoanalítica, Kanner confió a los biólogos del futuro la tarea de dar la explicación final de su descubrimiento. Lo que está en juego en la etiología, el hecho de que el sello del organicismo haya estado desde el principio en oposición a la sintomatología del autismo infantil precoz no podía sino influir en su enfoque, cargándolo con el inevitable debate en torno de lo innato y lo adquirido, que se basa, como toda disputa, en un malentendido recíproco.
Pero esta especie de pizarra mágica que es el autismo (por la maleabilidad total de su objeto desprovisto de toda subjetivación), ¿no autoriza cualquier proyección? ¿Lo innato o lo adquirido? ¿La herencia o la educación? ¿El cuerpo o la cabeza? La necesidad de excluir implicada en la forma misma de estos enunciados, que se funda en la escisión de lo somático y lo psíquico, obliga a los adversarios al enfrentamiento, con tanta más violencia cuanto que han reducido el campo de su debate a las dimensiones de un vaso de agua.
El autismo desde el conductismo
El marco más estrecho de esta polémica fue indudablemente el establecido por el conductismo, según el ultracorto esquema etológico de estímulo-respuesta. Retornando el mito del niño-lobo, la escuela conductista norteamericana hizo del autista una especie de víctima del reflejo condicionado. Si se habían encontrado algunos niños sin lenguaje, vagando como animales, era porque se habían perdido y habían sido recogidos por animales salvajes cuyo comportamiento imitaron, sin conservar de lo humano más que su forma corporal. Lo absurdo de esta tesis había sido subrayado en 1955 por Bettelheim, que al mismo tiempo cuestionaba la hipótesis de Kanner sobre la primacía de lo innato, y encaraba sobre todo el autismo como una reacción de defensa ante una situación extrema que implicaba para el niño una amenaza de destrucción.

No obstante, lejos de haber caído en desuso, el conductismo tiene prolongaciones actuales en ciertas teorías que encaran al autista, no como a un enfermo mental, sino como a un discapacitado que conviene someter a una educación especializada a partir del puro y simple condicionamiento.
Esta clínica sin sujeto «utiliza la capacidad del autista al servicio de sus propias necesidades», según lo anuncia el Programa Teacch (Treatment and Education of Autistic and Related Communication Handicapped Children), puesto a punto en la década del 80 por el neurolingüista holandés Theo Peeters. Se trata en efecto de una utilización muy pragmática de los síntomas, a los cuales la envoltura de plomo de la discapacidad les quita su valor dialéctico, humanizante. Toda la ambigüedad de un programa de ese tipo se basa en la distancia entre la meta manifiesta de obtener de los autistas una socialización máxima, y el extraño medio escogido para llegar a ese fin meritorio. Pues la proyección sobre el plano de la función etológica de la necesidad no se opera sino al precio de una ocultación total de la cuestión del sujeto humano, cuya especificidad es ser ineludiblemente víctima del lenguaje. Abordajes psicoanalíticos del autismo.
El Autismo desde el retorno a Freud
¿Retorno a Freud? Tratar sobre el autismo desde una perspectiva propiamente psicoanalítica plantea el problema de la metodología y lo vincula de entrada al de la ética. Abordar tal entidad clínica sin eludir la cuestión del sujeto -el del inconsciente y el lenguaje- supone evitar el escollo del conductismo tanto como el del formalismo psiquiátrico tradicional. Y, en este caso preciso en que el sujeto se revela particularmente inhallable, esta exigencia ética -por paradójica que parezca- alcanza su máximo rigor.
La clínica psicoanalítica no podría ser el lugar de un saber «muerto», fosilizado en una doctrina, puesto que su objetivo es hacer aparecer un sujeto cuyas manifestaciones «vivas» escandirán el ritmo de la cura. En psicoanálisis, la clínica es inseparable de la consideración de la transferencia, aunque ésta sea notable por su inexistencia. Siempre se trata, sean cuales fueren las diferencias de escuela, de una clínica bajo transferencia o, más exactamente, subjetivada por la transferencia.

Por empezar, se puede sostener que el abordaje psicoanalítico del autismo acaba de alguna manera con la pureza nosográfica del síndrome de Kanner en su acepción médica, al desorganizar el ordenamiento de conjunto de los síntomas. Se va a operar un descentramiento, en el que el acento se desplaza de lo innato, en tanto que factor inextricablemente ligado a lo biológico, a los trastornos del lenguaje, ya no formalizados por la objetividad descriptiva que implica el repliegue del observador, sino actualizados en la relación transferencial.
Surge aquí la más desconcertante de las paradojas para hablar de Autismo y Psicoanálisis. En efecto: ¿cómo mantener el principio del análisis freudiano y tener en cuenta sólo lo que pasa por la palabra del analizante, cuando se trata de autismo, en el que la palabra, precisamente, falta? En otros términos, ¿de qué manera el psicoanálisis puede aplicarse al autista, cuya imposibilidad de acceder a la demanda es en lo que se refiere a las condiciones que hacen posible la cura, el signo patognomónico? Pues para el infante autista, el lenguaje no ha «tomado cuerpo», como se dice de una planta que ha «echado raíces»; sólo existe, en el mejor de los casos, en estado de ecolalia directa o diferida, sin la menor implicación subjetiva.
De modo que la confrontación práctica y teórica del autismo implica, por una parte, una puesta a prueba de la teoría clásica concebida para la cura de los neuróticos y, por otra, la necesidad de una epistemología de lo simbólico y de la causación del sujeto. En consecuencia, el abordaje psicoanalítico del autismo varía considerablemente en función de las escuelas y de las corrientes de pensamiento que las atraviesan. No obstante, estos diferentes enfoques tienen por lo general en común el intento de restablecer la significación primera del autismo en su vínculo con lo sexual (el autoerotismo), por medio de un trayecto inverso que vuelve a desplegar en su etimología el término condensado por Bleuler.
Pues el autismo, en tanto que noción psiquiátrica amputada de la referencia al Eros freudiano, está totalmente construido sobre el rechazo de un descubrimiento fundamental: el de la sexualidad infantil. Si bien es una condición mínima para reubicar el autismo en el campo psicoanalítico, el retomo al concepto freudiano de autoerotismo no deja de ser problemático, puesto que se trata de un dato que se modificó a lo largo del trayecto de Freud, siendo reexaminado en cada una de sus etapas. Así, lejos de ser homogéneas, esas referencias dan lugar a desarrollos muy contradictorios, según el punto de doctrina que les sirve de anclaje. En 1905, en los Tres ensayos de teoría sexual, Freud emplea el término autoerotismo con relación a la pulsión y su objeto.
Autismo y Psicoanálisis: autarquía pulsional
Su hipótesis es la de un tiempo en el que «la pulsión no es dirigida hacia otras personas-, ella se satisface en el cuerpo propio». Así se trazará una vía para abordar el autismo infantil con referencia a esa autarquía pulsional.

Para autores como Margaret Maliler y Frances Tustin, una detención del desarrollo en el estadio supuesto original, en el que la libido funcionaría alimentando el circuito cerrado de la autosensualidad, basta para explicar el solipsismo autista y su supuesta autosuficiencia. El autismo patológico no sería en consecuencia más que un avatar del autismo normal, ligado a esa fase inicial del desarrollo.
Con su manera minuciosa, Abraham ya había intentado ubicar el autoerotismo en el primer cajón de una doctrina de estadios, cajón rotulado «anobjetal»; en ese estadio lactante no experimentaría todavía ningún interés por el mundo exterior. Pero, lejos de prestarse a la comodidad de ese ordenamiento, el concepto de autoerotismo, tal como se inscribe en la dinámica freudiana, sirve más bien para denunciar las vicisitudes de la relación de la pulsión con su objeto.
En primer lugar, en razón de la escisión que se establece entre el objeto sexual y el objeto de la necesidad -el primero sólo se apoya en el segundo para separarse mejor, como lo demuestra el ejemplo paradigmático del chupeteo-, la pulsión sexual está destinada a perder su objeto, Y el autoerotismo sólo se inscribe secundariamente a esa pérdida.
En 1914, «Introducción del narcisismo» marca una nueva etapa, en la que Freud va a redefinir el autoerotismo refiriéndolo, no sólo a la pulsión y a su objeto, sino también al yo como instancia unificadora: «Es necesario admitir que en el individuo no existe desde el comienzo una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado. Pero las pulsiones autoeróticas existen desde el origen; algo, una nueva acción psíquica, debe por lo tanto agregarse al autoerotismo para constituir el narcisismo.»
Esta idea de atravesar un umbral para llegar al narcisismo es igualmente fundamental en la teoría lacaniana, pues ese paso más constituye precisamente el de la relación con el Otro y su deseo. En ese mismo texto de 1914 se reintroduce, en oposición a Jung y su concepción monopolar de una libido «que sirve para todo», la dualidad pulsional que Freud necesita para subtender la noción del conflicto psíquico del que da testimonio la experiencia clínica.

La bipolaridad establecida por Freud en 1914 explica la existencia de dos libidos (libido del yo, libido de objeto) que implican respectivamente una elección de objeto de tipo narcisista y una elección por apuntalamiento (anaclítica), mientras que la de 1920 se basará en el antagonismo irreductible entre Eros y Tánatos (pulsión de vida, pulsión de muerte) y desembocará en una restructuración total de su metapsicología. Fundamentos de las principales divergencias doctrinarias.
Por lo tanto, cuando se examina el conjunto de esos cambios conceptuales, no parece bien fundado apoyarse en los primeros tanteos de Freud en tomo a la noción de narcisismo primario para pensar, como foco del autismo, un momento en el que la inexistencia del objeto sería la causa en el niño de pecho de esa indiferencia ante el mundo exterior.
Por otra parte, una observación mínima permite comprobar que los gritos y llantos, tanto como las miradas o sonrisas, expresiones que engloban además la mayor parte de los gestos, se dirigen al Otro y, por este mismo hecho, toman el sentido de llamados. Es más bien su ausencia lo que causa extrañeza y constituye el elemento diagnóstico del autismo.
Autismo desde la teoría Kleiniana
Curiosamente, la mayor parte de los autores poskleinianos sitúan en continuidad con la teoría kleiniana, su referencia a un estadio de autismo normal basado en el autoerotismo, cuando en realidad no hay nada en la teoría kleiniana que pueda servirle de base. En efecto, si bien para Melanie Klein existe una psicosis normal debida al pasaje obligado por una posición esquizo-paranoide, el narcisismo es siempre secundario respecto de la interiorización del objeto. Por lo tanto, hay desde el nacimiento un yo capaz de establecer relaciones objetales, lo que le permite a la pionera del psicoanálisis de niños hacer retroceder lo más lejos posible las fronteras de lo analizable, proyectando el mito edípico a una época cada vez más temprana, hasta los primeros meses de la vida.
Aunque contradice la hipótesis freudiana del narcisismo primario, esta tesis, verdadero resorte de la dinámica kleiniana, integra no obstante la dualidad pulsional cara a Freud.

La relación con el objeto, omnipresente en Melanie Klein, concierne ante todo al cuerpo de la madre, receptáculo mítico de todo lo que hay en el mundo para conquistar y poseer. En esta versión de un Edipo precoz dominado por un superyó tanto más feroz cuanto que coincide con el sadismo del sujeto, el objeto materno, en tanto no puede perderse, está destinado a ser destruido y después reparado.
Así, en 1930, para Melanie Klein se trata de conducir la cura de Dick (primer niño autista tratado por el psicoanálisis, aunque en esa época se lo diagnosticó como esquizofrénico) dándole objetos para destruir, a fin de instaurar lo que ella llama entonces «la apropiación sádica de los contenidos del cuerpo materno». Pero, para su sorpresa, Dick está totalmente y, según Melanie Klein, anormalmente desprovisto de sadismo. Parece paralizado al borde de un ataque imposible, de este lado de la dialéctica continente-contenido que Klein necesita para conceptualizar su trabajo.
Así, comienza por reubicar al propio niño como objeto en la madre («Dick está dentro de lo oscuro de mamá»), lo que pone en marcha la dialéctica adentro-afuera y, a través de ella, un primer esbozo de simbolización. Esta es una perspectiva concordante con la teoría kleiniana, que no concibe ninguna falta en el Otro materno. Esta noción de falta, defecto o pérdida atinente al Otro materno es crucial en la medida en que sirve como línea de demarcación entre los principales abordajes de autismo y psicoanálisis.
Escuela lacaniana
Mientras que la escuela lacaniana encara la pérdida inherente al funcionamiento de los objetos con relación a la lógica del significante, la mayoría de los autores anglosajones, orientados por la hipótesis de una fase preverbal y anobjetal del desarrollo, no pueden inscribir esa pérdida sino con referencia a la relación madre-infante, concebida como una especie de unidad biológica.
En consecuencia, el autismo patológico se atribuye a la ruptura prematura de un «envolvimiento abrumador», que es fusión imaginaria con la madre para Frances Tustin, simbiosis natural entre madre e infante en Margaret Mahler, consensualidad según Donald Meltzer, y relación de mutualidad en Bruno Bettelheim (si bien este último no comparte en modo alguno la tesis de un autismo normal).

En esta perspectiva dual, el acento se ubica por lo general del lado de la defensa que emplearía el infante autista contra una separación concebida no como una operación lógica, sino como un proceso ligado al desarrollo. Se trata de un momento de ese desarrollo que, en el autismo, aparece prematuramente con relación a lo normal. El elemento problemático de una concepción tal, centrada en la defensa, consiste en la asimilación del sujeto de lo inconsciente al sujeto de la voluntad, que entonces podría regir a su modo todo un universo de sensaciones.
Donald Meltzer es sin duda uno de los autores que han llevado lo más lejos posible la explicación del síntoma basada en la defensa. Ya Melanie Klein había hecho desaparecer el campo estructural de la neurosis al reducir los síntomas neuróticos a simples defensas contra una posición paranoide subyacente. Por su parte, Meltzer piensa que el modo de salida de ese desmantelamiento del self que es el autismo -desmantelamiento que él distingue del proceso kleiniano de escisión- es un estado obsesivo caracterizado por la compulsividad, al que nada separa de la obsesión neurótica.
Tampoco Tustin vacila en comprometerse en esta vía de nivelamiento de la neurosis y la psicosis, haciendo del autismo el núcleo oculto de ciertas manifestaciones neuróticas. Lacan se desprende con la mayor firmeza de todos estos intentos que pueden calificarse de reduccionistas. La dualidad constantemente mantenida por Freud desemboca en él en la distinción de dos estructuras, la del goce y la del deseo, que ponen en juego tres registros rigurosamente heterogéneos (real- simbólico-imaginario) cuya identificación instaura una clínica diferencial entre neurosis, psicosis y perversión.
Registros Real-Simbólico-Imaginario
Estas categorías permiten entonces explorar el desarreglo del lenguaje que actúa en el autismo, sin recurrir a la psicogénesis ni a su inevitable soporte biologista. En consecuencia, el nacimiento del sujeto dejaría de estar ligado a una fase del desarrollo en el que la palabra, gracias a un maternaje suficientemente bueno, sucedería naturalmente a la sensación, para remitir a un tiempo lógico marcado por la ruptura y consagrado a la repetición.

Desde esta perspectiva, el padre no tiene nada que ver con ese coadyuvante de la madre -fuerza complementaria más o menos útil para el niño en su abordaje de la realidad- al que lo han reducido las concepciones anglosajonas, sino que representa una función simbólica que limita el goce al falo y permite su localización fuera del cuerpo. Así, en el caso de la forclusión, cuando se salta el primer dique que constituye el Nombre del-Padre, o cuando ese dique no llega a establecerse, como ocurre en el autismo, la realidad no puede mantenerse ni construirse.
Se instaura en consecuencia un régimen dominado por el goce del Otro materno, que invade el cuerpo del sujeto destruyendo sus límites. Al caracterizar al autista como «un personaje más bien verboso», pero también como «el que no llega a escuchar lo que uno tiene para decirle en tanto que uno se ocupa de ello», Lacan insiste en su relación particular con el lenguaje y con el Otro. Sin demanda, el autista es sin voz: por ello se trata para él de captar la del Otro, en ese fenómeno que se denomina ecolalia, y que signa la disyunción del cuerpo y la palabra. Pues en ausencia de la mediación del registro imaginario, el cuerpo del autista está montado sobre el significante constituido enteramente en su vertiente superyoica, cuyo carácter persecutorio ha subrayado Lacan, junto con Melanie Klein.
Además de la dificultad de ser confrontado al cambio radical del registro en el que opera su función, el psicoanalista, cuando se trata de la cura de un niño autista, se encuentra entonces ante la siguiente paradoja: hablar supone tener un cuerpo, y un cuerpo, en su relieve imaginario, sólo se obtiene hablando.
Autismo y Psicoanálisis en la actualidad
La teoría puesta a prueba en la clínica ¿Qué puede decirse en la actualidad acerca de la eficacia del tratamiento psicoanalítico del autismo? En este terreno, con la creación y el desarrollo de la Escuela Ortogénica de Chicago en la década de 1950, Bettelheim se sitúa de entrada en un lugar privilegiado, y sus opiniones sobre la materia van a conferirle rápidamente una gran popularidad. Ya hemos subrayado que él mismo no se refiere a una fase de autismo normal, pero encara el autismo desde un punto de vista psicogenético, como la detención total del desarrollo de la personalidad en un nivel a la vez preverbal y prelógico, que se manifiesta ante todo por el bloqueo de toda actividad del lactante en lo que él llama «relación de mutualidad madre-infante».
Su originalidad consiste en comparar la experiencia autística con la vivida en los campos de concentración nazis por individuos expuestos permanentemente a una amenaza de destrucción. En La fortaleza vacía, Bettelheim dice: «Lo que era para el prisionero la realidad exterior es para el niño autista su realidad interior. Proponemos por lo tanto que el autismo infantil es un estado mental que se desarrolló como reacción al sentimiento de vivir en una situación extrema y enteramente sin esperanza».

A partir de esta hipótesis, Bettelheim va a construir un universo terapéutico total -un lugar donde renacer-, opuesto punto por punto a esos lugares de destrucción de la persona o la personalidad que son los campos de la muerte, los hospitales psiquiátricos o las familias de los niños autistas. Se apunta, por el recurso a la regresión, a que el niño abandone sus síntomas como defensas justificadas por su historia, mediante el montaje de una experiencia emocional correctiva, que se considera que conduce a la restauración de la relación con la realidad.
El interés de una empresa como la de Bettelheim consiste en que indiscutiblemente revolucionó el abordaje institucional y clínico del autismo. En cuanto a este último punto, parece que existe un desfasaje: la clínica está de algún modo más avanzada que la teoría. Sin embargo, sean cuales fueren las escuelas, allí están los resultados, como lo atestiguan los testimonios de numerosos analistas, incluso aunque éstos se encuentren la mayoría de las veces en la posición ambigua que ilustra muy bien una frase tomada del teatro de Jean Cocteau: «Estos son misterios que nos superan; finjamos que nosotros mismos los hemos organizado».
Pero las sorpresas de la clínica, ¿no constituyen esa corriente de fuerzas vivas que constantemente irriga el campo del psicoanálisis para asegurar su renovación, o más bien para reactualizar su experiencia princeps? Sería absurdo creer que los conceptos son operacionales de una vez y para siempre. La hipótesis conceptual, si preexiste a la experiencia clínica, se encuentra sometida a prueba caso por caso. A veces se imponen ciertos reajustes. Así, la cura del Hombre de los lobos incitó a Freud a establecer una distinción entre represión y rechazo (rejet), preparando el terreno para el concepto lacaniano de forclusión, que transformará el abordaje de la psicosis. Por su lado, con la cura de Dick, Melanie Klein debe rever su teoría del simbolismo, cuyo motor había sido hasta entonces el sadismo, para aproximarse a lo que se convertiría en el concepto de identificación proyectiva.
Abordaje Clínico de autismo y Psicoanálisis
No obstante, el abordaje clínico del autismo impondrá a los kleinianos de segunda y tercera generación una serie de modificaciones que girarán en torno a tres ejes: –Una revisión de la cuestión del buen objeto primordial que provendría de la herencia filogenética. Para aprehender el autismo, Meltzer se apoyará en los trabajos de Esther Bick, que, en 1965, hará preceder la posición esquizoparanoide y su mecanismo dominante, la identificación proyectiva, por un estadio en el que se constituye una «piel psíquica», signado por una nueva forma de identificación: la identificación adhesiva.

Se tratará de ir más allá de la dialéctica kleiniana de continente-contenido, para captar la cuestión del cuerpo como superficie. -El ensayo realizado por Wilfred Bion para elaborar una teoría psicoanalítica del pensamiento que vincule el lenguaje y la actividad pulsional. -Una nueva discusión de la posición del analista en la transferencia como sujeto que manifiesta su saber sobre el deseo (Wilfred Bion-Marion Milner-Masud Khan).
También para abordar el autismo Meltzer y Tustin abandonarán la teoría de las pulsiones, buscando para lo inconsciente un fundamento neuropsicológico; así creían «continuar» a Melanie Klein, cuando en realidad lograron embotar los filos de su teoría, para retroceder a perspectivas psicopedagógicas.
En lo que concierne a los lacanianos, la enseñanza de Lacan ha abierto numerosas pistas cuya exploración sólo ha comenzado. Son particularmente fecundas: -Por una parte, la distinción entre la noción de cuerpo pulsional en relación significante con el Otro, y la de organismo, que la excede y que, cuando fracasa toda incorporación significante, representa la economía centrífuga de un goce que desborda el cuerpo propio y borra sus límites. -Por otro lado, la noción de suplencia, en el sentido de construcción cuya meta sería canalizar y hacer funcionar el goce fuera-cuerpo, e incorporar finalmente el órgano del lenguaje, una vez depurado de ese goce sobrante de origen superyoico.
En cuanto a la tarea del psicoanalista, consiste en primer lugar en restaurar el lugar del sujeto, antes oculto o negado, lo cual sólo puede hacerse empezando por reconstruir las huellas en el lugar de su desaparición. Indisociable de la ética, la experiencia clínica coincide aquí con el objetivo de la cura: la construcción del cuerpo pulsional en relación con el Otro. En este caso se trata de encontrar el camino del Otro, no ya de ese Otro superyoico, mortífero, que devasta sin freno el cuerpo del autista y al que la cura viene a interponerle una barrera, sino el camino del Otro del deseo, cuya apertura le incumbe al analista.
Apostar a la sola fuerza de su deseo, y sostener esa apuesta lo más lejos que pueda, es, ni más ni menos, aquello que el analista emprende.
Autismo y Psicoanálisis: Modelo psicoanalítico de comprensión del autismo y de las psicosis infantiles precoces
El autismo es una afección de determinismo plurifactorial en la que, en proporciones variables, aparecen implicados factores genéticos, biológicos y psicológicos. El modelo de comprensión que vamos a presentar no aspira a erigirse en un modelo con pretensiones etiológicas ni explicativas de la génesis de los estados autistas.

Este modelo se basa en un postulado fundamental que sirve de guía para nuestra práctica y de fundamento para nuestra ética y que podría resumirse así: todo niño autista, sea cual sea la naturaleza y la gravedad de sus trastornos, debe de ser reconocido como sujeto portador de una historia personal única y portador de una vida psíquica específica por mucho que la misma aparezca gravemente desorganizada durante el examen.
Hay que considerarlo como un sujeto capaz, a condición de que se le ofrezcan las posibilidades, de organizar una vida relacional con su entorno, vida relacional cuya naturaleza e importancia convendría reconocer. Por lo tanto, el niño autista es portador de una vida psíquica que organiza sus modelos relacionales con su entorno, que origina su sufrimiento actual y que es movilizable y susceptible de mejorar en su funcionamiento.
Este modelo pretende detectar ciertos mecanismos que, presentes en el niño autista o psicótico, puedan ser aprehendidos por un observador o un terapeuta que utiliza conceptos provenientes del campo del psicoanálisis. Sin embargo, el modelo psicoanalítico clásico utilizado en los estados neuróticos o psicóticos del adulto no permite explicar la totalidad de los fenómenos observados en el niño psicótico, de ahí que nos veamos obligados a recurrir a otros conceptos provenientes de autores que se sitúan particularmente en el campo del movimiento post-kleiniano.
Antes de adentrarnos en el meollo del tema conviene aclarar una serie de puntos.
A mi entender, más que una heterogeneidad, lo que hay es una continuidad tanto a nivel clínico como metapsicológico entre las psicosis autistas y las psicosis no autistas precoces y, además, existen formas de paso entre unas y otras. En el caso de las psicosis no autistas, no se trata únicamente de que haya “trastornos invasivos” del desarrollo (DSM-3-R), sino de que, al igual que en el caso del autismo, se trata de auténticas formas de psicosis en las que las modalidades del funcionamiento psíquico, aun manteniendo su originalidad, se muestran en continuidad con las del funcionamiento propiamente autista.
El modelo que presentamos plantea un tema importante: saber si los mecanismos así descritos corresponden a una fijación en un estado anterior a la constitución de la psique (dicho de otra manera, ¿habría una posición autista?), o se trata de un reajuste defensivo ante determinadas amenazas cuya naturaleza en el caso de un niño que intenta acceder a una relación con el mundo y con los objetos vamos a intentar precisar más adelante; así, el carácter defensivo de estos mecanismos explicaría la resistencia al cambio de los estados autistas.
Modelo de intervención: autismo y psicoanálisis
Señalar finalmente, para terminar esta introducción, en relación a éste modelo propuesto por nosotros, que se trata de un modelo inacabado e incompleto susceptible de múltiples reajustes y aportaciones posteriores.

1) Una de las características del funcionamiento autista es la importancia que tiene en el mismo la auto-sensorialidad que se caracteriza por la atracción que ejercen sobre el self ciertas sensaciones: sensaciones-huellas (autistas, shaps de TUSTIN), sensaciones que ejercen un fuerte poder de atracción sobre el self del niño autista. De esta manera, el objeto productor de las sensaciones se muestra como indisolublemente unido a la propia sensación, en una relación de identidad entre la zona corporal así estimulada y el objeto estimulante.
Este aferramiento sensorial de la psique viene a consecuencia de una desorganización del funcionamiento psíquico, de una especie de automutilación conceptualizada por D. MELTZER de forma muy interesante bajo el nombre de “desmantelamiento” que él mismo define como “un desfallecimiento de la consensualidad que lleva a que los diferentes sentidos se vinculen al objeto más estimulante del momento de forma disociada. Entonces, el self se reduce a una multitud de acontecimientos unisensoriales no utilizables para alimentar un funcionamiento psíquico normal y no disponibles, por tanto, para la memoria y el pensamiento.
2) Se puede entender este desmantelamiento como un mecanismo defensivo puesto en funcionamiento para luchar contra los efectos desestructurantes para el self de las angustias impensables de la depresión psicótica, como un último intento de reunir al self alrededor de una modalidad sensorial privilegiada, alrededor de un objeto sensorial susceptible de retener la atención y como un último intento de reunir las partes dispersas del self.
3) Este desmantelamiento, en el que el sujeto se reduce únicamente a una función perceptora indisolublemente ligada a lo percibido, suscita en el otro y en el terapeuta un sentimiento de extrañeza y sorpresa ante un veredicto de no-existencia. Lleva sobre todo, según la afortunada expresión de Piera AULAGNIER, a poner fuera de circulación a las representaciones idéicas y fantasmáticas en beneficio de la sola representación pictográfica. Pero pienso que, de hecho, este desmantelamiento descrito por D. MELTZER como un proceso puramente pasivo (sin angustias persecutorias y sin sadismo) es menos pasivo de lo que parece.
A menudo es el propio niño el que lo busca activamente, sobre todo en algunas etapas del proceso transferencial en el que parece cubierto por una vivencia de ruptura en la continuidad corporal.

4) Las consecuencias de la puesta en funcionamiento de estos procesos de desmantelamiento son múltiples. Veamos algunas de ellas:
Una me parece esencial: la pérdida de la dimensión espacial de la psique. El niño vive su propio self como desprovisto de envoltura, de interior, como una pura superficie sensible en un mundo uni o bidimensional en el que no se diferencian los espacios psíquicos internos y externos y en el que el self y los objetos son vividos como cofundidos. Esta pérdida de la dimensión espacial de la psique, esta no-inscripción del funcionamiento autista dentro de las referencias espaciales constituye un dato fundamental cuyas implicaciones terapéuticas las vamos a ver más adelante.
Recordemos antes la importancia atribuida por FREUD a estos aspectos del funcionamiento psíquico cuando postulaba la existencia de una diferenciación psíquica de un cierto número de sistemas poseedores de una exterioridad y especialización entre sí, susceptibles de ser considerados metafóricamente como lugares psíquicos a los que cabe atribuir una representación espacial. Esta espacialización de la psique sería incluso anterior a la del espacio físico que, de hecho, no sería más que su proyección secundaria. “La psique, dice FREUD, se despliega sin ella saberlo”.
Otra consecuencia se refiere a las modalidades de identificación de un sistema como éste: la única modalidad de funcionamiento identificatorio accesible al self es la identificación adhesiva descrita por E.BICK y que aparece como muy característica de los estados autistas. Se trata de una forma de identificación muy primitiva que tiene a atribuirse el funcionamiento del Otro sin reconocerlo y sin poner en funcionamiento las funciones del Yo. Es una especie de reacción de adherencia a la superficie de un objeto que es sentido como desprovisto de envoltura y de interior, como él mismo se siente. De hecho, tal como lo veremos, no se trata de un verdadero mecanismo de identificación.
5) Otro punto importante tiene que ver con la manera como el niño inviste y utiliza la superficie corporal y el interior del cuerpo. La superficie corporal no parece estar verdaderamente investida de una carga libidinal que le permita una función de intercambio libidinal con otro. Más aún, el niño parece vivenciar esta superficie corporal como llena de agujeros y discontinuidades.

Sin lugar a dudas es la boca la que, con todo lo que ella implica de discontinuidad corporal, se nos muestra como el prototipo de todo este daño corporal, como el primer lugar de esta “depresión psicótica”, de este “agujero negro provisto de odiosas púas persecutorias” descrito por F. TUSTIN. Por otra parte, esta noción de “depresión psicótica” ya había sido descrita por WINNICOTT como “la asociación de una pérdida del objeto y de la pérdida de una parte del sujeto que el objeto perdido se lleva con él”.
Se podría entender esta depresión psicótica como un acontecimiento primordial cuya vivencia vendría a señalar la interrupción autista del desarrollo: vivencia de ruptura en la continuidad corporal y vivencia de daño corporal, resultado de una separación prematura que viene a romper brutalmente la ilusión de una continuidad corporal que es la que permite habitualmente a la pareja madre-niño prepararse para la separación: “el niño, dice TUSTIN, no ha podido nunca reelaborar el dolor ni el duelo provocados por el descubrimiento de que este conjunto de sensaciones estáticas asociadas al pecho no forma parte de la boca.”
Esta experiencia del agujero negro, de desconexión corporal aunque también mental y afectiva entre la madre y el niño, alucinación negativa del objeto y de su satisfacción, es la que estaría en el origen de las angustias catastróficas, angustias de derramamiento de la sustancia corporal, de licuefacción, de caída sin fin y de fragmentación. Se trata de angustias no elaboradas psíquicamente, no ligadas a una representación y que no han sufrido este trabajo de elaboración psíquica que les permitiría alcanzar un verdadero status de estado afectivo. De hecho, se trata de una pura descarga energética análoga a las angustias impensables de WINNICOTT que se encuentran en el origen del funcionamiento de los mecanismos defensivos de desmantelamiento y de autosensorialidad.
6) Hay que insistir igualmente en las particulares modalidades de investimiento del interior del cuerpo y de su utilización. El desconocimiento y la no-utilización por parte del niño autista de ciertas partes de su cuerpo le llevan, a veces, a realizar toda clase de escisiones intra-corporales, tanto a nivel sagital, lo que ha llevado a hablar a autores como H.HAAG de hemiplejia autista, como horizontal.
Se puede describir un fenómeno particular: se trata del fenómeno de caparazón, de segunda piel, observado en algunos niños autistas: se trata de un investimiento muy particular de la corteza corporal y a veces de su entorno inmediato como por ejemplo la ropa. Este fenómeno tiende a crear una especie de cáscara autista rígida. Lo podemos entender como un intento de delimitación de las fronteras del self, de cierre de las dehiscencias corporales, incluso de refuerzo de los sistemas de paraexcitación. Esta constatación nos lleva evidentemente a la noción de Yo-Piel desarrollada por D.ANZIEU, como configuración utilizada por el yo del niño para representarse a sí mismo a partir de su propia experiencia de la superficie corporal como un yo contenedor de procesos psíquicos.

El caso de Gerard
7) Para ilustrar estos puntos que acabo de evocar, voy a contar brevemente el caso de un niño autista llamado Gerard.
Gerard es un niño pequeño disforme con microcefalia. Su cuerpo es extraordinariamente rígido, brazos tendidos en extensión, puños cerrados y tronco inclinado hacia delante. Siempre parece que está a punto de caerse llevado por el peso de su cabeza. La ropa que viste siempre parece nueva, y dentro de ella parece como encerrado y no se quita casi nunca el anorak. Fuera de algunas ecolalias no hay ningún atisbo de lenguaje.
En Gerard, los episodios de desmantelamiento son muy claros y frecuentes y aparecen sobre todo durante la terapia cuando cae presa del pánico ante la caída de un objeto o también, cuando el terapeuta le impide aferrarse a ciertos objetos que le pertenecen (¿reviviscencia de la experiencia primaria de arrancamiento del pecho?). Entonces protesta, escupe en el suelo, observa la caída de sus “perdigones” a la luz y reinicia una secuencia comportamental esbozada muchos meses antes; se coloca junto a la ventana frente a la luz, se pone a echar “perdigones” o si no, se dedica a arrancar minúsculas pelusillas de su jersey.
La visión de la caída de sus minipompas o de sus trocitos de ropa a contraluz le colocan en un estado de extraordinaria excitación, pero sin ningún contacto. Sus músculos se ponen extremadamente tensos y con unos temblores que parecen procurarle cierto placer. En esos momentos se nos muestra totalmente solo y con la atención centrada en la brillantez de las partículas en movimiento. La visión de la caída de los copos de nieve le procura la misma fascinación y el mismo aislamiento.
Poco a poco, después de que el terapeuta intenta entrar en comunicación con él verbalizando sus temores de derramamiento y de estallido, la visión de la caída de los copos deja de provocar estas reacciones autistas. Aunque persiste una cierta fascinación por el esplendor de estos copos, la visión de la nieve se va convirtiendo en una experiencia lúdica y estética generadora de un cierto placer compartible con el terapeuta. Entonces va a poder verbalizar la comunicación de su experiencia: “¡está nevando, oh mirada dolida, está nevando!” Más adelante, durante la terapia, va a poder mimar la caída de la nieve recortando trocitos de papel y lanzándolos al aire al tiempo que invita al terapeuta a deslizarse.
En Gerard, la elaboración de un caparazón con funciones de segunda piel resulta particularmente clara e intensa. Su ausencia total de iniciativa motriz y su inmovilidad evocan de alguna manera un cuadro catatónico. Ante cualquier intento de movilización de su caparazón utiliza habitualmente los objetos autistas con el fin de taponar las dehiscencias corporales (ropa, toalla metida en la boca).
Cualquier intento de aproximación o ruido más o menos violento parece una intrusión en esta envoltura y provoca la intensificación de sus contracturas así como ligeros temblores en todo el cuerpo. Cualquier intento de cogerlo de la mano provoca un aumento de las contracciones musculares y de los crujidos en todas sus articulaciones.
El psicomotricista que se ocupa de él observa que es posible percibir, a veces incluso visualmente, el juego de sus articulaciones unas sobre otras. El abandono del caparazón va a llegar en el momento en el que Gerard va a ser capaz de constituir un espacio psíquico interno y un objeto interno. Este rompimiento y abandono del caparazón va a posibilitar un investimiento más libre y más flexible de su cuerpo, una capacidad de iniciativa motriz, la participación en paseos e incluso en ejercicios musculares como la bicicleta por ejemplo, pero, al mismo tiempo, este rompimiento del caparazón va a venir acompañado de numerosas manifestaciones agresivas (intentos de ataque al terapeuta o de destrucción del objeto) como si este rompimiento hubiese liberado importantes pulsiones agresivas que habrían estado como presas dentro de este caparazón.
8) El punto clave en la evolución autista y seguramente pivote de la misma está constituido por la aparición de un espacio psíquico interno del self, que le hace salir del mundo autista para hacerle entrar en un mundo, todavía psicótico evidentemente, pero ya no autista y en el que van a empezar a funcionar mecanismos menos mutilantes para la psique y para la relación de objeto (como por ejemplo la introyección o la escisión del objeto).
La identificación introyectiva con un objeto continente va a ayudar a liberarse de la autosensorialidad a la vida mental del niño autista y va a posibilitar la interiorización y circulación de los afectos y de los fantasmas así como la instalación de diferentes objetos internos.

Sin embargo, este ajuste de un espacio psíquico propio del niño solo es posible si el terapeuta es capaz de asegurar una función de contención. Dicha función es absolutamente esencial: por parte del cuidador supone una capacidad real para acoger, contener, vivir las emociones primitivas aun no organizadas del niño, verbalizarlas y darles un sentido para devolvérselas de una forma asimilable por él. Solo cuando haya sentido en el adulto esta capacidad para contener sus emociones, va a ser capaz, en un segundo momento, de hacerse cargo él mismo de esta función de contención, de constituir su propio espacio psíquico y de organizar su vida emocional.
Para el educador o terapeuta que está en contacto diario con el niño se trata de una función análoga a la postulada por BION en todas las madres bajo el nombre de “capacidad de rêverie materna”, capacidad de la madre para tolerar y contener los primeros elementos sensoriales y emocionales de su hijo y devolvérselos como desintoxicados en forma de pensamiento onírico asimilable por el niño, capaz ya desde ese momento de introyectarlos. Se trata de una verdadera función de tejido de una piel psíquica. El establecimiento de un espacio psíquico interno del self explica el origen de muchas de las modificaciones tanto en el funcionamiento psíquico como, de forma paralela, en el desarrollo de la terapia, modificaciones todas ellas que quisiera comentar ahora.
Esta evolución está marcada en primer lugar por un investimiento pulsional, una libidinización de la superficie y de los orificios corporales. Esta libidinización se produce gracias a las experiencias y contactos cutáneos frecuentes e intensos con el adulto. Es un tiempo comparable a este tiempo de cuerpo a cuerpo madre-niño, tiempo de “seducción primaria” de FREUD, tiempo complementario y antitético del apoyo (étayage), tiempo que va a permitir el enraizamiento de la pulsión libidinal en el cuerpo del niño a través del deseo y de los cuidados maternos, consiguiendo así crear zonas de excitabilidad y de erogeneidad en el cuerpo del niño.
Con frecuencia, para que pueda instaurarse esta progresiva libidinización de la superficie corporal, es necesario el establecimiento de una relación simbiótica. Es un momento crucial aunque difícil en el abordaje del niño autista. Supone que el educador o el terapeuta pueda aceptar dejarse englobar en ciertos momentos, dentro de la psique del niño sin perder por ello su propia individualidad.
Esta época está también marcada por importantes modificaciones en la utilización de la mirada. Es conocida la utilización que el niño hace de la mirada en los períodos autistas más intensos: mirada suspendida en las experiencias de desmantelamiento, mirada como a través de las personas o breve ojeada periférica en otros momentos.

Este período simbiótico está marcado por el establecimiento del contacto ocular, ojo a ojo, y de la comunicación a través de la mirada visual con intentos de interpenetración, es decir, por momentos en los que el niño, al aproximar su mirada a la del adulto, parece querer penetrar en su interior, acercamiento intenso al objeto externo como si el niño intentase controlar la angustia ligada a la percepción de la profundidad de la distancia entre el objeto y él.
Este momento de simbiosis es muy rico dentro de la evolución del niño pero también muy difícil para el conjunto del equipo responsable. La presencia del resto del equipo como referencia a un tercero es a menudo necesaria para que no acabe con cada uno de los protagonistas de esta simbiosis (el niño autista y su cuidador) dentro de ella y pueda esbozarse la inevitable separación.
9) Simbiosis, espacio interno, primer objeto interno
En esta etapa simbiótica se desarrollan en el niño intensas actividades auto-eróticas y aparecen unas exigencias muy tiránicas de presencia del cuidador, así como manifestaciones muy intensas de angustia de separación que pueden poner muy duramente a prueba al cuidador.
De forma paralela, va a enraizarse en el interior de la psique naciente del niño el primer objeto interno a la imagen del objeto externo que el niño ha podido investir. La solidez de este anclaje o sus eventuales desfallecimientos van a modular toda la evolución psíquica posterior.
Por lo tanto, este período está marcado por la aparición de intensas angustias de separación: el niño no soporta la ausencia de la persona especialmente investida por él (cuidador o educador), por lo que se muestra muy poco sensible a las palabras de tranquilización provenientes de otras personas. La ausencia del objeto externo la vive como una especie de aniquilación del mismo. Solo la constitución de un objeto interno va a poder garantizar la posibilidad por parte del niño de aceptar la separación del objeto externo; solo entonces va a poder vivir la ausencia como una presencia en otro lugar.

Este período está marcado por el paso de la bi a la tridimensionalidad (siguiendo la expresión de MELTZER, bidimensionalidad en la que no existe ninguna distinción entre espacio interno y externo, en la que la relación con el otro es una relación de adherencia y el tiempo es un tiempo circular de lo inmutable y lo repetitivo; un espacio tridimensional con la aparición del espacio interno del self y del objeto, en el que van a poder desarrollarse los procesos de proyección e introyección, y en el que el tiempo va a adquirir una dimensión lineal y direccional. Sin embargo, la diferenciación de los espacios interno y externo no es todavía total. Todavía existe en ciertos momentos una cierta confusión entre los espacios interno y externo. Las modalidades identificatorias se dan al estilo de la identificación proyectiva, pero el objeto es vivido lo suficientemente separado como para poder ser deseado y representado.
10) Las actividades de simbolización
Dentro de esta dinámica, las actividades de simbolización van a aparecer como formas de representación del objeto perdido. La aparición de las actividades de simbolización coincide con este período de control de las angustias de separación. Las primeras actividades simbólicas, y particularmente las de lenguaje, aparecen así relacionadas con estos intentos de control, así por ejemplo la aparición del significante por el que el niño puede nombrar la presencia o ausencia de su educador o incluso la posibilidad para él de representar cualquier cosa de la ausencia.
Van a seguir otras actividades de simbolización pero sin que sea posible sistematizar el momento preciso de su emergencia en la vida del niño: actividades de juego, de hacer como, nacimiento de las capacidades de imitación, primeros rudimentos del lenguaje o incluso la aparición de las primeras operaciones mentales.
La emergencia de estas actividades de pensamiento y de simbolización supone un momento muy importante en la evolución del niño autista. Resulta gratificante para los terapeutas y los equipos responsables que ven en esta emergencia la confirmación de lo que siempre han esperado, es decir, la conservación de las capacidades intelectuales del niño.

Generalmente, es éste el período elegido por nosotros para dar paso al abordaje pedagógico, tanto dentro de la institución como dentro del marco de un intento de integración escolar en una escuela normal.
Sin embargo, este período resulta también decepcionante porque el niño psicótico puede poner permanentemente en cuestión estas posibilidades de simbolización, dispuesto como está siempre a confundir el significante con la cosa, a ocultar la dimensión metafórica del lenguaje o a utilizar sus primeras adquisiciones de manera mecánica y repetitiva.
11) Ejemplo clínico: Cédric. (Autismo y Psicoanálisis)
Cédric tiene 4 años cuando le vemos por primera vez. No tiene ningún lenguaje si exceptuamos algunas raras ecolalias. Parece indiferente a todo, tanto a la presencia como a la ausencia de los padres. Rechaza todo contacto y cuando se le coge en brazos, se echa para atrás y se pone muy rígido. Tiende a huir del contacto evitando la mirada y cuando ésta raramente parece haberse posado en el interlocutor, deja a éste con el sentimiento de ser transparente. Durante un primer abordaje dentro de un grupo, Cédric no es más que una huida perdida a través de los pasillos, un destrozo de objetos y un golpeo de puertas. Tira todo por los aires, lo desparrama todo y corre por todas partes. A la menor ocasión, cualquier puerta entreabierta puede observar su huida. Solo el obstáculo de una pared es capaz de detener su loca carrera. Nadie parece existir para él, ni siquiera los niños que él violentamente empuja contra las paredes, ni los adultos con los que choca al pasar pero con los que no existe contacto alguno. Evoca la imagen de un tornado de movimientos que nada parece ser capaz de detener. Su aprehensión del espacio es similar a su psique, sin ningún límite. Sus propias modalidades de desmantelamiento parecen dobles; hay una parte de desmantelamiento sonoro: parece envolverse dentro de una auténtica concha sonora hecha de diferentes ruidos, especialmente de efectos sonoros hechos con la boca, de ruidos repetidos de portazos y de objetos rotos; pero por otra, asistimos a un desmantelamiento ligado a las estimulaciones kinestésicas y vestibulares que le procuran a este niño una incesante agitación.
Durante un primer período, el papel terapéutico de la institución ha consistido en crear un espacio psíquico, un “otro lugar” receptivo, un continente sólido susceptible de aceptar la contención de esta violencia arcaica surgida del cuerpo de Cédric así como de las huellas emocionales que la acompañan. Este continente institucional ha necesitado de muchísima capacidad de resistencia para no sentirse destrozado por estos asaltos llenos de violencia; asimismo, a los cuidadores les ha hecho falta muchísimo análisis de sus propias actitudes contratransferenciales para poder llevar a buen puerto y sin desfallecimiento esta función de contención. La solidez y perseverancia de este continente son las que han hecho posible que, entre Cédric y el psicomotricista que en ese momento se ocupa de él, se instaure un espacio de intercambios lúdicos a través de juegos con agua durante las sesiones de chapoteo, sesiones durante las cuales su angustia e inestabilidad comienzan a ceder un poco y empieza a ser capaz de soportar la presencia del adulto cerca de él.

El segundo período de la evolución de Cédric está marcado por el establecimiento de una relación fusional simbiótica con una educadora.
Durante este período, Cédric busca intensamente el contacto físico, se acurruca contra su educadora y demanda caricias que se transforman a veces en excitación masturbatoria. Las exige permanentemente y no soporta su ausencia que él llena con lloros y gritos. En esos momentos se muestra insensible a cualquier intento verbal de tranquilización por parte de otras personas. El logro de la aceptación de la separación va a llevar mucho tiempo. Durante un largo período va a vivir la ausencia de su educadora como una desaparición “en ninguna parte” y para luchar contra la angustia de este aniquilamiento del objeto, va a exigir durante su ausencia que se le dibuje una “gigi” o que se le construya una con plastilina.
Poco a poco, Cédric va a ir siendo capaz de nombrar a su educadora, nombrar su presencia y su ausencia y sobre todo va a ser capaz de tolerar su ausencia. De forma paralela, aparece en su lenguaje la pareja semántica “gigi/no gigi” con la que nombra la presencia y ausencia de la educadora, al tiempo que el propio lenguaje se va desarrollando y enriqueciendo.
Avanzando en su andadura psíquica, Cédric va a ir siendo capaz de empezar a relacionarse con el resto de los miembros del equipo y con los demás niños. De forma paralela, el tiempo comienza a diferenciarse de la distancia y pierde su carácter oscilante y circular para dar paso a la adquisición de su estructuración lineal y direccional definitiva. De esta manera, Cédric va a enriquecer rápidamente su lenguaje con los significantes “antes, después, pronto” que van a marcar en él esta estructuración lineal del tiempo.

Conclusiones autismo y psicoanálisis
12) Como conclusión y para terminar la relación entre autismo y psicoanálisis, quisiera insistir en los siguientes aspectos:
Sea cual sea la o más bien las causas del autismo, el autismo y las psicosis precoces siguen siendo, para nosotros, algo diferente a un simple déficit o a una suma de déficits aunque éstos existan; se trata de una forma de organización global del psiquismo y de la personalidad cuya semiología autista no es más que la consecuencia.
De forma global se puede afirmar que los procesos autistas tienen un sentido y que este sentido radica en la constitución de un sistema defensivo de lucha en dos direcciones:
Contra las intolerables e impensables angustias ligadas a la dolorosa experiencia de la separación del agujero negro, pero también contra la vivencia persecutoria y dolorosa de los procesos de pensamiento, en cuyo caso la actividad defensiva parece movilizarse al servicio de una destrucción del pensamiento.
A mi entender, los principales significados de los mecanismos autistas son los siguientes:
- Desmantelamiento
- Refugio dentro de una sensorialidad auto-inducida y auto-organizada
- Absorción en lo concreto
- Intolerancia al cambio y refugio en lo inmutable
- Intento de destrucción de todo lo que tenga un valor simbólico
- Intento de reducción del sentido al no sentido
- Intento de vaciar toda experiencia humana de su significado y de su carga emocional
- Vivencia de discontinuidad corporal
Desde esta perspectiva, nuestros objetivos terapéuticos con la perspectiva autismo y psicoanálisis son los siguientes:
- Ayudar al niño a librarse de la auto-sensorialidad
- Ayudar al niño a crear su propio espacio interno y a organizar los primeros rudimentos de su vida fantasmática
- Ayudar al niño a acceder al proceso de simbolización y a disfrutar de él
- Finalmente, ayudar al niño a reconocer la existencia del otro en su alteridad y, especialmente, como un otro provisto de intencionalidad y pensamiento.
Aunque estamos a favor de la acción educativa y de la aportación pedagógica, sin embargo, somos poco partidarios de las medidas pedagógicas correctoras basadas en el único sistema de recompensa y de sanción, porque, a nuestro entender, no conducen más que a la elaboración de un falso self por medio de un plaqueado de aprendizajes no verdaderamente integrados dentro de la personalidad del niño, caparazón de aprendizajes que procura la ilusión provisional de una mejor inserción social pero que no permite al niño enfrentarse a situaciones nuevas con creatividad y, sobre todo, que contribuye a la asfixia y negación de su propia vida psíquica.
Fuente: Pierre Ferrari
Catedrático de Psiquiatría de Niños y Adolescentes. Universidad de París. Sud. Director de la Fundación Vallée. Gentilly (Francia). Recuperado de: https://www.sepypna.com/articulos/modelo-psicoanalitico-comprension-autismo/
Fecha de actualización: (08 de septiembre 2022)