El Proceso de la Melancolía
Trata de la tristeza vaga, permanente y profunda, que puede haber nacido por causa física o moral y que hace que el sujeto que la padece no se encuentre a gusto ni disfrute de la vida.
“La mujer que compadece a su marido por hallarse ligado a un ser tan inútil como ella, reprocha en realidad al marido su inutilidad” (Freud, 1915: 2094).
De esta manera, entre los reproches del melancólico, correspondientes a otra persona, y vueltos hacia el yo, existen algunos referentes, realmente al yo; (reproches) cuya misión es encubrir los restantes y dificultar el conocimiento de la verdadera situación.
Los anteriores reproches, proceden del pro y el contra del combate amoroso, que ha conducido a la pérdida erótica. Así, los lamentos son queja; no se avergüenzan ni se ocultan, todo lo malo que dicen de si mismos se refiere en realidad a otras personas, y se hallan muy lejos de testimoniar, con respecto a los que los rodean, la humildad y sometimiento que correspondería a tan indignas personas como afirman ser, mostrándose, sumamente irritables y susceptibles y como si estuvieran siendo objeto de una gran injusticia.
Todo lo anterior, es posible porque las reacciones de su conducta parten aún de la constelación anímica de la rebelión, convertida por cierto proceso en el opresivo estado de la melancolía.
De esta manera, al construir el proceso de la melancolía, se sabe que al principio existía una elección de objeto, o sea, un enlace de la libido a una persona determinada; así, por la influencia de una ofensa real o de un desengaño, inferido por la persona amada, surgió una conmoción de esta relación objetal, cuyo resultado no fue “el normal”,
“(…) la sustracción de la libido de este objeto, y su desplazamiento hacia uno nuevo, sino otro muy distinto, que parece exigir, para su génesis, varias condiciones. La carga del objeto demostró tener poca energía de resistencia y quedó abandonada; pero la libido libre no fue desplazada sobre otro objeto, sino retraída al yo, y encontró en éste una aplicación determinada, sirviendo para establecer una identificación del yo con el objeto abandonado.” (Freud, 1915: 2095).
Así, la sombra del objeto cayó sobre el yo; y este último, a partir de este momento, puede –ahora bien- ser juzgado por una instancia especial, como un objeto, y en realidad como el objeto abandonado.
Por tanto, de este modo, se transformó la pérdida del objeto en una perdida del yo, y el conflicto entre el yo y la persona amada, en una disposición entre la actividad critica del yo y el yo modificado por la identificación.